Montejurra 1976, los hechos y su contexto

Existe una obsesión casi enfermiza de algunos sectores por los sucesos de Montejurra 1976 y sus desgraciadas y lamentables víctimas, que todos lamentamos. Pero los hechos tienen que ser sometidos a la verdad en un análisis de contexto y no convertirse en una bandera partidista.

El carlismo, el de siempre, ha tenido cientos de muertos en enfrentamientos con las izquierdas, con los  lerrouxistas, con los nacionalistas etc. a lo largo de toda su historia fuera de los conflictos bélicos clásicos, y eso no impidió a la escisión ideológica huguista acercarse a esos sectores, llegar a pactos e incluso invitarlos oficialmente a sus Montejurras desnaturalizados. Lo que esconde en realidad esa obsesión por Montejurra 76, es enmascarar el fracaso total de esa escisión ideológica que en realidad no fue hacia el socialismo (en un sentido clásico y estricto se podría decir que el carlismo tuvo elementos de socialismo blanco antimarxista) sino hacia un progresismo izquierdista con tintes nacionalistas. Esa deriva ideológica le llevó a pedir la libertad de los criminales etarras y a mostrarse partidario del divorcio y del aborto.

S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón escoltado en Montejurra 

Montejurra 1976 no supuso el declive del carlismo, ni siquiera del partido de Carlos Hugo. El único responsable de este declive es el propio Carlos Hugo y su política; la prueba empírica de ello es que hasta el fracaso de 1979 esa obsesión por los sucesos de 1976 no estaban presentes con tal magnitud en sus filas. De hecho en 1977, el EKA utilizó la marca Montejurra para presentarse a las elecciones en Navarra, pensando que los sucesos de 1976 les daría un rédito electoral, publicidad y credibilidad democrática. Sin embargo la formación Montejurra-Federalismo-Autogestión que promovieron los seguidores de Carlos Hugo fue la opción menos votada en Navarra, con un 3,2% de los votos. En cambio la opción que mayoritariamente apoyaron los carlistas, Alianza Foral Navarra, quedó en cuarto lugar de un total de nueve formaciones con 22.349 votos, un 8,47% de los votos. Todos los informes internos del partido de Carlos Hugo tras los fracasos electorales de 1977 y 1979, fracasos estrepitosos y totales, no hacen referencia como causa a Montejurra 76, como el Informe sobre las elecciones legislativas del 15/6/1977 del partido carlista elaborado por Miguel Alvarez Bonald responsable de la Comisión Federal electoral. En este texto se dice textualmente:

“Es preciso resaltar que un descalabro electoral no es consecuencia directa o exclusiva de una campaña electoral o de la existencia de serios condicionamientos provenientes del exterior, sino que sus causas arrancan de atrás. Las elecciones sólo hacen que emerjan todas las contradicciones que el partido lleva implícitas en su organización. No querer aceptarlo así, es muestra de una soberbia o miopía de tal magnitud y trascendencia, que sofocarían inexorablemente a la extinción del partido, allí donde existieran.”

Luego de detallar causas externas, se centra en las causas internas y más importantes donde cita explícitamente el desconcierto del pueblo carlista por las alianzas con los comunistas y maoístas en estas elecciones. El pueblo carlista se había alejado de la estructura política de Carlos Hugo. Hay muchos otros ejemplos. El causante directo y real del fracaso es la escisión ideológica de Carlos Hugo. Luego vendría la aceptación de la constitución de 1978 y otras  derivas y bandazos similares. El propio Julio Redondo, seguidor pucelano de Carlos Hugo reconoce en carta de 1976, lo siguiente:

“Me decían esos amigos: hemos estado haciendo el idiota toda la vida, y por supuesto tenían razón los del MOT, del GAC y los del FOS. Estos fueron los videntes. Los que decían que de monarquía nada y lo curioso es, que después de expulsar a unos y a otros por dimes y diretes, resulta, resulta que decimos, los altos dirigentes,  que tenían razón anticipada y lo decimos cuando se han marchado todos y no nos quedan obreros ni estudiantes y estamos en manos de un grupo de señoritos. (…) ¿Qué se pretende? Crear algo nuevo o ampararse en algún grupo que acepte a Don Carlos; creo sinceramente y así lo dicen todos, que para ser republicano-socialista, hay campo suficiente y un obrero está mejor en UGT que en el fallecido FOS (…) la verdad es que esto hace perder la confianza en la seriedad mental de los que manejan el cotarro”.

Ejemplo contundente de la locura en que se había convertido ese partido de Carlos Hugo, abandonado de todos y en manos de facciones de lo más variopinto.

La obsesión por Montejurra 1976 esconde el intento de negación  del fracaso total del proyecto de Carlos Hugo. Hoy es el monotema recurrente de la residual escisión ideológica roja a la que los medios de comunicación del sistema demoliberal dan carta de legitimidad, una válvula de escape de la realidad y de justificación. Y esta, si que quiere servir al intento, por parte del sistema, de impedir la reorganización del verdadero carlismo tradicional.

Se intenta convencer que fue un intento de masacre general. Cualquiera que conozca Montejurra sabe que si alguien pretende una masacre, disparando directamente a una masa que sube apretada por la ladera, con niebla, y con armas automáticas, no produciría una o dos víctimas, sino cientos. Los hechos están por aclarar, porque la versión del partido huguista hace aguas por todos lados. Si desde la cima se ordena disparar a una masa que sube por el monte, puedo asegurar que las víctimas mortales se cuentan por centenares. En un enfrentamiento, como hubo muchos otros, en la historia política, pueden producirse victimas desgraciadas, pero es ridículo afirmar que ese fue un plan determinado. Lo que sí está claro es el asesinato, planeado y luego justificado y este si con alevosía y predeterminación de al menos ocho personas por ETA por su presencia en Montejurra 76 con los tradicionalistas. ETA anteriormente ya había asesinado al menos a dos carlistas, Carlos Arguimberri Elorriaga y Víctor Legorburu Ibarreche, y al margen de los justificados por Montejurra 76 asesinaría posteriormente a decenas de carlistas más. El carlismo es la fuerza política que más asesinados tiene por el terrorismo separatista, pese a ello el partido de Carlos Hugo invitaba a ETA a sus actos.

El primero de esos atentados mortales “justificado” por Montejurra 76 tuvo lugar muy poco tiempo después, el 4 de octubre de 1976 y acabó con la vida de Juan María Araluce Villar y cuatro personas más. Araluce fue miembro de la juventud jaimista de Vizcaya durante la II República, Requeté durante la guerra de 1936-1939 licenciado con el grado de Teniente piloto, era miembro de la Hermandad de Antiguos Combatientes Requetés. Jurista de enorme prestigio fue fiel al principio católico y monárquico, pese a que en plena crisis del carlismo cambió sus lealtades dinásticas, e incansable defensor de la foralidad y la identidad de Guipúzcoa desde sus puestos de responsabilidad política. Presidía la Diputación de Guipúzcoa desde 1966 y era consejero de la Unión de Asociaciones Familiares desde 1966, Presidente de la Asociación Local de Cabezas de Familia. Marcelino Oreja lo define como “un carlista nada falangista”. Y pese a ocupar cargos públicos incide en que “nunca levantó el brazo ni se puso la camisa azul”. El diario El País, de tendencia izquierdista, se refería al asesinado como “regionalista y moderado”. Casado con Teresa Letamendía tuvo nueve hijos, a los que inculcó el amor a la religión y a la Patria.

Juan María de Araluce fue asesinado el 4 de octubre de 1976, cuando ocupaba la presidencia de la Diputación de Guipúzcoa, territorio histórico en que venía desarrollando su profesión de notario desde 1947, primero en Tolosa y posteriormente en Rentería. Asesinado a balazos en la puerta de su casa, prácticamente delante de su familia, en el atentado fallecieron también su chófer, José María Elícegui Díaz y tres policías de escolta: Agente Alfredo García González, Inspector Luis Francisco Sanz Flores y Subinspector Antonio Palomo Pérez.

José María Elícegui Díaz, conductor del vehículo oficial del presidente de la Diputación de Guipúzcoa, tenía 25 años. El día que lo asesinaron, era su último día de trabajo como chófer, puesto en el que llevaba un año como interino sustituyendo al anterior conductor cuando éste se jubiló. Sobrevivió unas horas al atentado, falleciendo a las once y veinte de la noche del mismo 4 de octubre tras ser sometido a varias transfusiones de sangre. Tenía pensado casarse en los próximos meses. Su funeral se celebró el 6 de octubre en Pasajes, localidad próxima a San Sebastián. “Muchas vecinas me dijeron que como la muerte había sido así, es decir, un atentado terrorista, tenían miedo y no podían ir al funeral (...) Después del atentado la gente cambió de actitud y comportamiento con la familia, no reaccionaban con normalidad”, contó Clementina Díaz, madre de José María (Cristina Cuesta, Contra el olvido, Temas de Hoy, 2000).

Alfredo García González, policía nacional, era el conductor del coche de escolta de Juan María Araluce. Natural de Lago de Babia (León), tenía 29 años y estaba soltero. Tras el funeral en León, más de cuatro mil personas se manifestaron en silencio por la ciudad.

Antonio Palomo Pérez, subinspector de Policía, era miembro de la escolta de Juan María Araluce. Natural de Osuna (Sevilla), tenía 24 años y estaba soltero. Fue enterrado en Madrid junto a su compañero, Luis Francisco Sanz Flores.

Luis Francisco Sanz Flores, policía nacional y escolta del presidente de la Diputación de Guipúzcoa, cumplía 25 años al día siguiente de ser asesinado. Natural de Madrid, se había casado con una donostiarra quince días antes del atentado que le costó la vida. Los responsables de este crimen se beneficiaron de la amnistía.

El segundo atentado mortal que ETA justificó por los sucesos de Montejurra 76 fue el del Comandante y jefe de la 65 Bandera Móvil de la Policía Armada Joaquín Imaz Martínez. De una ilustre familia de militares navarros y carlistas. El Pensamiento Navarro del martes 29 de octubre de 1978 señala en su artículo de homenaje al Comandante Imaz “Por Dios, por Navarra, por España”, como su padre, Genaro Imaz Echeverri, fue uno de los fundadores de la Legión Española, muerto en la toma de Vargas (Toledo). Por vía materna “pertenecía a una familia que era la quintaesencia del patriotismo. Su abuelo materno José Martínez Morea era Procurador de los Tribunales. Era hombre de gran piedad y muy carlista. Cuando estalló la guerra cuatro de sus hijos, que habían cumplido los quince años, marcharon voluntarios. El mayor murió de requeté el 15 de agosto de 1936 en Robregordo. Otro estuvo en la VI Bandera como legionario, ascendió a sargento y murió en septiembre de 1938 en el Ebro. Otro estuvo de Requeté. Y otro más fue Requeté, luego alférez y terminó la guerra en la Legión. Luego hizo toda la campaña de Rusia en la División Española de Voluntarios. Pero aquellas bandas de comunistas armados que entraron en España en otoño de 1944 acabaron con su vida con un tiro en la cabeza”. Javier Nagore Yarnoz glosaba también en el artículo “El más firme querer” la figura del Comandante Imaz.

El 26 de noviembre de 1977 sobre las 22:15 miembros de la banda terrorista dispararon por la espalda nueve disparos al Comandante Imaz cuando se dirigía a recoger su coche aparcado cerca de la plaza de toros. Cuando yacía muerto en el suelo le remataron con un tiro en la sien. Dejaba viuda y huérfana a una niña de siete años. La banda terrorista ETA justificó su asesinato por lo que decían su responsabilidad en los incidentes de Montejurra 1976, una acusación demencial absolutamente fuera de la realidad, pero que otorga una idea clara de la manipulación que las fuerzas enemigas del carlismo venían haciendo del Vía Crucis. ETA se tomó la supuesta represión que pudo mandar el Comandante Imaz contra ella misma, lo que no puede mostrar más a las claras como la deriva huguista fue aprovechada, instrumentalizada y copada por fuerzas enemigas del carlismo.

El asesinato del militar navarro recibió una condena unánime de todos los partidos políticos, a excepción de los que hacían de brazo político de los terroristas. La primera nota de condena vino de la Comunión Tradicionalista, que pedía contundentemente contra la subversión separatista a las que se unieron, con tono más moderado, las de PNV, PSOE, UCD, ESEI, Alianza Foral Navarra, Partido Comunista de Euskadi, PSP y la maoísta ORT. La página ocho de El Pensamiento Navarro, 29 de noviembre 1979, recogía la condena de la Agrupación de Juventudes Tradicionalistas “El asesinato de don Joaquín Imaz es otra trágica manera de la suicida actitud de este Gobierno, único responsable que dispone a su libre albedrío de los servidores del orden público. Exigimos que se haga justicia y se afronten las consecuencias de la vergonzosa y criminal concesión de la amnistía y claudicación ante el marxismo”.

El 27 de diciembre de 1978 ETA asesinaba al jefe de las Juventudes Tradicionalistas de Vizcaya, José María Arrizabalaga Arcocha. Miembro de una importante saga de tradicionalistas desde muy joven se implicó en el carlismo, en 1969 con sólo 18 años sufre su primera denuncia política por participar en una protesta contra la expulsión de la Familia Real en la Plaza de los Fueros de Estella[7]. La escisión ideológica de Carlos Hugo le hará poner su lealtad en S.A.R. Don Sixto, que en junio de 1975 levantó la bandera de la legitimidad. Desde hacía aproximadamente un año, José María estaba hospitalizado en un centro de rehabilitación en Archanda (Bilbao), debido a una lesión sufrida durante un salto en paracaídas que le ocasionó una fractura vertebral. José María se había visto así forzado a solicitar la baja laboral en la biblioteca de la Casa de Cultura de Ondárroa en la que trabajaba. Al acercarse la Navidad, el hospital le dio un permiso y así pudo pasar las fechas con su familia, por lo que el joven aprovechó para acercarse a la biblioteca e ir adelantando algo del trabajo que había ido acumulando desde su lesión. El día 27 de diciembre, en torno a las seis de la tarde, Arrizabalaga se encontraba en dicho lugar, en el primer piso de la Casa de la Cultura, en compañía únicamente de dos niños que estaban leyendo sendos libros. En ese momento dos individuos se acercaron hasta el mostrador tras el cual estaba sentado el joven y le obligaron a identificarse. Inmediatamente ambos sacaron una pistola y dispararon hasta vaciar sus cargadores. José María Arrizabalaga fue acribillado a balazos, recibiendo once disparos: cuatro en el pecho, cerca del corazón y el resto en la cara y las piernas. Un nuevo crimen cobarde con el agravante de encontrarse la víctima arrastrando una dura lesión que limitaba mucho sus movimientos. Los asesinos bajaron las escaleras y, una vez en la calle, se dieron a la fuga en el vehículo en el que habían llegado, en el que les esperaba al volante un tercer terrorista. Los dos niños, únicos testigos del crimen, salieron gritando de la biblioteca. Cuando los primeros adultos en llegar al lugar descubrieron el cuerpo de José María eran ya las siete y cuarto de la tarde. Anteriormente los carlistas del pueblo venían sufriendo el acoso y la presión de los terroristas, y tras el asesinato de José María y el asesinato frustrado de uno de sus correligionarios el clima de terror continuaría y muchas familias carlistas se vieron obligadas a abandonar la tierra de sus padres.

El último asesinato que ETA justificó en relación a Montejurra 76 y por el que no se han practicado detenciones fue el de Alberto Toca Echeverría. De 54 años de edad, estaba casado y tenía siete hijos, con edades comprendidas entre los 11 y los 29 años. Natural de Estella, llevaba veinte años residiendo en Pamplona. Era delegado de Asepeyo desde 1962 y fue uno de los impulsores de ANFAS, Asociación Navarra en favor de las personas con discapacidad intelectual, de la que llegó a ser presidente. Su hija mayor, discapacitada intelectual, recibía atención y realizaba terapia ocupacional en el centro San José de ANFAS en Burlada. Llevaba años apartado de toda actividad política.

Alberto Toca se encontraba el viernes 8 de octubre de 1982 en su despacho de la delegación de Asepeyo de la capital navarra, en la calle Castillo de Maya, acompañado por un médico de la mutua. Hacia las 13:00 horas, dos individuos entraron a cara descubierta en las oficinas y, dirigiéndose a una de las secretarias, preguntaron por Alberto. Tras indicarle cuál era el despacho, los terroristas se encaminaron hacia él y abrieron la puerta. Desde el umbral, preguntaron: “¿tú eres Alberto Toca?”, a lo que la víctima contestó que sí. Sin mediar palabra, los pistoleros efectuaron cuatro disparos contra Toca, que cayó sobre la mesa y después al suelo. Allí los terroristas lo remataron con un quinto disparo.

A estos ocho atentados mortales hay que unir también las amenazas sufridas por el hermano de Alberto, Ignacio Toca. Capitán de requetés del Tercio de Montejurra y siempre destacado militante carlista. Fue junto a Ignacio Ipiña y Pedro Echevarría el encargado de recoger a Carlos Hugo en Irún el 24 de noviembre de 1956, en su primera visita a España. Acompañó al ex príncipe en su periplo, resolviendo importantes problemas logísticos, participando en la elaboración de sus primeros documentos (muchos de los cuales se discutían en su propia oficina) y realizó importantes sacrificios económicos para la promoción de Carlos Hugo[8]. A principios de los sesenta es nombrado presidente de la Hermandad Penitencial del Vía Crucis de Montejurra, encargada de organizar el tradicional acto, que se convirtió en el más señero del carlismo y plataforma de lanzamiento de Carlos Hugo, con el que siguió colaborando estrechísimamente, con gran sacrificio personal (siguió proporcionándole apoyo económico y logístico y recibiendo multas del gobernador civil), hasta que este impuso su escisión ideológica. Pero lejos de ser presa del hastío siguió en la reorganización del carlismo.

Formó parte de la Junta (órgano ejecutivo) de la Comunión Tradicionalista tras la asamblea de reconstitución de 22 de febrero de 1977 junto a Juan Saenz-Díez, Ignacio Laviada, Juan Antonio de Olazábal, Raimundo de Miguel, Angel Onrubia, José Arturo Márquez de Prado, Domingo Fal Macias, Antonio Garzón, José Antonio Cabrero, Guillermo Padura, Cruz María Baleztena, Federico Ferrando y José Abascal.

Por su inquebrantable y pública postura tradicionalista el entorno terrorista lo amenazó varias veces. En un determinado momento la policía se dirigió a su domicilio para indicarle que debía abandonar Bilbao, donde residía al estar casado con una vecina de Guernica. Se habían encontrado documentos de la banda terrorista donde controlaban muy de cerca sus movimientos y había sido seleccionado como objetivo. La perplejidad de Ignacio Toca fue total, reclamando a la policía que lo debía hacer era adoptar las medidas adecuadas para garantizar su seguridad sin verse obligado a abandonar su domicilio. La policía señalaba que no podía asegurarle medios de protección y que cumplía órdenes del gobernador civil. Con esa desconsoladora información le dejó. Así estaban las cosas en Vascongadas y Navarra para los carlistas. Sin tiempo de encomendarse a nadie abandonó su hogar. A los pocos días desde Alicante, donde había conseguido instalarse provisionalmente llamó a algunos amigos y correligionarios. Informó entre otros al doctor Alberto Ruiz de Galarreta, que  notó a Ignacio muy alterado y afectado. Quedó en arbitrar algunos medios para hacer su estancia lejos de su hogar menos dolorosa. Sugirió además que viniese a Madrid a pasar unos días tranquilo, rodeado de amigos y correligionarios. A los pocos días quiso Alberto ir a Alicante, sus conocimientos médicos permitirían ayudarle en la inevitable situación de shock nervioso en que se encontraba. Pero en ese breve periodo de pocos días Ignacio Toca moría de un ataque al corazón.


Montejurra 1976, sirvió para que el carlismo se enfrentara a la subversión y al intento del izquierdismo de instrumentalizar el Monte Sagrado. El conflicto que se planteaba en Montejurra era más amplio que el restringido entre el carlismo y sus escisiones hacia el progresismo, era un enfrentamiento entre la Tradición y la Revolución. Don Sixto y el carlismo tenía todo el derecho a no permitir la utilización del Monte donde se rendía homenaje a los mártires del carlismo por los enemigos seculares de lo que ha significado siempre el carlismo. Si su presencia ayudó a frenar ese intento de utilizar el prestigio del carlismo para la causa de la revolución, es de agradecer esa heroica acción de los carlistas.

Otro aspecto fue la manipulación del Montejurra 76, por los intereses del Estado y sus cloacas, en un contexto político muy violento, pero el carlismo tradicional no participó de ninguna manera en esa operación. El Estado, ciertamente, se defendía de posibles adversarios políticos y en diversas operaciones fomento, por ejemplo, el surgimiento del maoísmo para debilitar al PCE, o la estrategia de la tensión utilizando tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda.

Da pena y asco ver como algunos quieran vivir de sacar provecho de la desgracia de aquel día. Y de como el sistema acepta esa versión. Pero sobre todo causa desolación la ignorancia de quienes deberían continuar manteniendo enhiesta la bandera de la Tradición y están enfeudados en esta misma versión de aquellos tristes hechos.